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Sin los árboles “el cielo caerá”

Sin los árboles “el cielo caerá”

Por Isabel Martínez Pita

Reportajes / EFE

El naturalista, escritor y estudioso de las culturas y tradiciones relacionadas con las plantas y los árboles, Ignacio Abella, autor de libros como ‘El hombre y la madera’, ‘La memoria del bosque’, entre otros, explica cómo la paulatina extinción de los árboles ha provocado el distanciamiento del hombre con la naturaleza.

“La relación que mantenía la humanidad con el árbol se ha ido deteriorando conforme se han ido perdiendo las raíces que nos unían a él y a la naturaleza en general”, indica Abella.

Para el naturalista, los pueblos indígenas mantuvieron una relación muy estrecha con el árbol porque tenían muy claro que “él cubría todas sus necesidades, les daba de comer, les calentaban, les cubrían y sabían muy bien que, sin los árboles, no había lluvia”.

La deforestación, entre otras causas, ha provocado un desequilibrio planetario que nos conduce a un futuro cada vez más incierto, según el escritor, para quien, “es curioso que las antiguas tradiciones tuvieran una conciencia medioambiental mucho más clara”. Abella narra que Chan ‘Kin Viejo (1900-1996), el último to’ohil (líder espiritual) de los lacandones, denunció la tala de árboles de su territorio por parte de los «extranjeros» que saqueaban la tierra de sus ancestros, e inculcó siempre entre su gente la relación respetuosa con el mundo natural y el respeto por las influencias del mundo exterior.

Los lacandones son un grupo indígena, procedente de la civilización maya, que vive actualmente en la selva Lacandona, en la provincia de Chiapas (México).

Ante los problemas que se derivan del cambio climático, la existencia y supervivencia de los árboles resulta imprescindible, por el oxígeno que producen, por la contaminación que reducen a todos los niveles y por tantísimas otras cosas que favorecen a la naturaleza y la vida.

“Pero si sólo lo entendemos bajo un punto de vista intelectual o científico, aunque también sea necesario, no seremos capaces de entender realmente al árbol, no lo consideraremos realmente como algo nuestro de lo que formamos parte y con el que, yo diría, que hace falta tener una relación espiritual”, subraya el investigador.

Y cita un proverbio: «los árboles son las columnas del cielo, si los derribamos el cielo caerá sobre nosotros.” Para los antiguos, continúa Abella, la relación con el árbol era “casi una vivencia religiosa, mítica. En la actualidad, que ya no creemos en dioses ni en todos los sistemas antiguos de creencias, esta relación sigue siendo posible a través de una relación afectiva o una relación emocional”.

ESENCIALES PARA TODOS

Esa empatía de nuevo con el árbol dice el escritor, “nos incitará a defenderlo y protegerlo, a plantarlo y a tener ese mismo sentimiento del que formamos parte de un mundo en el que los árboles son esenciales para las generaciones venideras”.

Árboles como la ceiba, ha sido árbol sagrado de los mayas y árbol nacional de Guatemala; el ahuehuete en México, o el Guanacaste, árbol nacional de Costa Rica, pero que recorre las zonas tropicales y cálidas de América Central hasta el Norte de Sudamérica.

Grandes y frondosos árboles, alrededor de los cuales se reunían los pueblos para tomar decisiones en asambleas, para montar mercados, realizar transacciones o, simplemente, para charlar. “Creo que sería importante que los padres y los niños de esta nueva Era presten atención, que vivan y empaticen con los árboles, y que establezcan esos vínculos, sobre todo, afectivos, emocionales con el mundo que les rodea, con el mundo vivo desde las aulas, y que los patios de los colegios, en las ciudades, todos esos espacios estén poblados por vida”, subraya el naturalista.

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